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Los españoles en Roma

  • lmmoll
  • 30 jul 2016
  • 3 Min. de lectura

LAS HUELLAS DE LO ESPAÑOL EN ROMA. I

Luis Manuel Moll Juan

Director revista La Alcazaba



Eran tiempos complicados aunque España, bajo el reinado del “rey prudente” dominaba al resto del mundo. En esta época el II Duque de Olivares, don Enrique de Guzmán fue embajador en Roma de la católica majestad el Rey Felipe II de España. Su mandato como embajador fue desde 1582 hasta 1591. Entre sus historias acontecidas en “La ciudad eterna” cabe destacar la que vamos a detallar y la de que fue el causante de la muerte del Papa Sixto V de tantos disgustos que le dio.


El embajador español, tenía un carácter repleto de orgullo y algo violento y el Papa Sixto V, era muy energético. El choque entre los dos hombres fue siempre inevitable. El principal disgusto entre ambos, fue la negativa del Pontífice a censurar a los católicos que apoyaban a Enrique de Navarra contra la liga patrocinada por el rey español.


Siempre las relaciones mutuas estuvieron salpicadas por constantes incidentes que llevaron a Sixto V a pedir al rey más poderoso de la tierra, Felipe II, la sustitución en repetidas ocasiones del embajador.


Uno de los enfrentamientos que tuvieron los dos hombres tuvo que ver con un cañón.


Según cuenta el cronista Martínez Calderón había instalado, por orden del embajador el II Conde de Olivares, en el patio del palacio español que servía como embajada de España en Roma, una campana para llamar a los criados. El uso de la campana, solo estaba reservado en Roma a los miembros del Colegio Cardenalicio. El Papa Sixto V envió a la embajada a su sobrino, el cardenal Pereto, quien habló con el conde rogándole que no hiciera uso de la campana. A dicha petición, se le unió inclusive la del embajador de Francia celoso de prepotencia española y llegaron a despacharse a través de la Secretaría de Estado vaticana, a propósito del asunto, “letras apostólicas con censuras contra el conde”, porque éste, se había negado a dejar de tocar la campana por

la razón de que su rey era el más poderoso príncipe de toda la orbe., y de que, según dijo, La Santa Sede recibía de España, dos veces más dinero que de todo el mundo cristiano.


Tras violentas audiencias que mantuvo el conde de Olivares con el Papa a propósito del toque, Sixto V no cedió y el español, tuvo que renunciar a su campana.


Varios días después y cuando casi ya estaba en el olvido el tema de la campana se escucharon una serie de fortísimos cañonazos que sembraron el terror en el centro de Roma. ¡Están atacando a Roma! ¿Vendría otro saqueo a la Ciudad Eterna?. Los cañonazos provenían del interior de la embajada española. No había nada de que aterrorizarse, el conde, en vista de no poder utilizar la campana instaló en el patio de armas de la embajada, un cañón y a cañonazos llamaba a la servidumbre. En esta ocasión el II Conde de Olivares, triunfó ante Sixto V, quien no podía evitar el uso del cañón en la zona que se beneficiaba del derecho a la extraterritorialidad y los cañonazos, no eran un derecho cardenalicio, así que el Papa, le envió con un mensajero que podía poner la campana para quitar el escándalo y temblor que en la ciudad causaba los disparos de la artillería. Desde entonces, los embajadores de España hacen uso de la campana con permisión pontificia.


Don Enrique –quien en otra audiencia con Sixto V, osó a quitar, de muy malas formas, del regazo pontificio al perrito que acariciaba el Papa y depositarlo en el suelo, porque le ponía nervioso- fue uno de los embajadores que desde 1475 han ido ocupando ese cargo ante la Santa Sede, siendo la más antigua de todas las embajadas existentes en la actualidad.


 
 
 

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